Cuando se habla de alopecia, por lo general se piensa en hombres. En ellos, la calvicie está socialmente aceptada y, aunque está claro que no es una condición deseable, hasta hay estudios que señalan que los hombres calvos –debido a estereotipos culturales– son vistos como «más fuertes» y «más dominantes».

¿Es cierto que si nos aparecen canas se nos va a caer menos el cabello?

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Sin embargo, la alopecia está lejos de ser un problema que afecte nada más que a los varones. El número de mujeres que padecen la pérdida del cabello es menor que el de hombres, pero también es muy alto. Las estimaciones indican que el 25-30% de las mujeres sufren algún tipo de alopecia en algún momento de sus vidas.

Y las consecuencias que sufren son más graves pues, como se habla muy poco de esta cuestión, surgen sentimientos de vergüenza, disminución de la autoestima, inseguridad, retraimiento. Se trata de un asunto estético, sí, pero sus implicaciones van mucho más allá: el impacto psicológico puede llevar a la angustia, la ansiedad y la depresión.

A comienzos de este año, la congresista estadounidense Ayanna Pressley reveló su calvicie en un vídeo. «Quiero liberarme del secreto y de la vergüenza que lleva ese secreto», explicó. Acciones como esa, y el trabajo de agrupaciones de apoyo como A pelo y Alopecia Madrid, contribuyen con la visibilización de este problema, algo que resulta clave para mejorar la calidad de vida de esas mujeres.

Alopecia en mujeres, ¿por qué se produce?

La causa más común de la pérdida de cabello en las mujeres es la llamada alopecia androgénica femenina. Suele observarse entre los treinta y cuarenta años de edad. A diferencia de la alopecia masculina, la línea en la que comienza el pelo en general no retrocede, sino que se produce una pérdida de la densidad capilar en la parte superior de la cabeza. Es decir, el pelo se hace ralo y el cuero cabelludo comienza a «clarear» hasta hacerse visible.

En el origen de la alopecia androgénica (también conocida como calvicie de patrón femenino) hay factores genéticos. A menudo hay un aumento en la cantidad de hormonas sexuales masculinas: los andrógenos. Lo que sucede en consecuencia es que los folículos –los pequeños orificios de la piel en los que crece cada pelo– reducen su tamaño. Debido a ello, el pelo que nace es cada vez más fino y más corto. En última instancia, el folículo deja de producir cabello nuevo.

Esos cambios hormonales de orígenes pueden estar relacionados con la menopausia, el comenzar o dejar de tomar píldoras anticonceptivas o ciertos medicamentos, una situación de posparto o patologías como el síndrome de los ovarios poliquísticos o la hiperplasia suprarrenal congénita, entre otras. Y también pueden intervenir ciertas deficiencias nutricionales –sobre todo de vitaminas y de hierro–, que pueden deberse a dietas hipocalóricas o a trastornos alimentarios, como la anorexia nerviosa.

Otros tipos de alopecia femenina

Aunque la androgénica es la alopecia más común en las mujeres, no es la única. De hecho, existen más de un centenar de tipos diferentes. Otra posibilidad es la alopecia areata, una enfermedad que en principio provoca la caída del pelo «en parches», en una o varias zonas del cuero cabelludo, pero que puede acabar en una alopecia universal, causando la caída de todo el pelo, tanto de la cabeza como del resto del cuerpo. En uno de cada diez casos, la alopecia areata también afecta a las uñas.

También es frecuente la alopecia difusa o efluvio telógeno, los nombres técnicos de lo que en términos coloquiales se conoce como «caída del pelo por estrés». Se trata de una pérdida de grandes cantidades de cabello en poco tiempo: mechones de pelo que parecen despegarse sin esfuerzo de la cabeza.

Se trata de una pérdida tan llamativa que a menudo genera mucha preocupación en quienes la sufren. Por fortuna, el efluvio telógeno es reversible en relativamente poco tiempo: el cabello vuelve a crecer una vez superada la situación de estrés que motivó el problema.

Como explica un artículo de Sergio Vañó Galván, especialista en alopecia del Hospital Universitario Ramón y Cajal de Madrid, el estrés causado por la pandemia de COVID-19 o el confinamiento han causado, en los últimos meses, muchos casos. Otra posibilidad son las llamadas alopecias anagénicas, que incluyen a las causadas por enfermedades crónicas, por problemas en la tiroides, por la quimioterapia o la administración de otros fármacos, etc.

Se me cae el pelo, ¿qué puedo hacer?

Muchas de estas pérdidas del pelo son reversibles: cuando desaparece la causa que las provoca (como el estrés, una enfermedad o un agente externo), el cabello vuelve a crecer. Otras, en cambio, como la alopecia areata, tienen un desarrollo impredecible y en general solo se puede esperar para ver hasta dónde llegan.

En el caso de la alopecia androgénica, la que da lugar a la mayoría de los casos, el hecho de que dependa de factores genéticos y alteraciones hormonales hace que resulte difícil prevenirla. Lo que se puede hacer es mantener una dieta equilibrada, que incluya las calorías y nutrientes necesarios para que resulte saludable.

Y, en la medida de lo posible, evitar o limitar las situaciones de estrés, que no solo son responsables de efluvios telógenos, sino que –según los estudios– también propician la alopecia androgénica.

Existen tratamientos contra la alopecia androgénica. No la curan, pero detienen su avance y contribuyen con la repoblación capilar. Estas terapias consisten en el uso de fármacos que procuran reforzar los folículos o el cabello naciente, como el minoxidil, o que reducen la produccion de andrógenos, como finasterida –su uso está contraindicado en mujeres en edad fértil, ya que en caso de embarazo puede originar malformaciones en los genitales externos del feto varón– y dutasterida.

Lo negativo de estos tratamientos es que dan resultado mientras se aplican, pero en cuanto se interrumpen se observan retrocesos: la repoblación se detiene y el cabello vuelve a caer. Lo que se recomienda es un tratamiento intensivo durante un lapso inicial de alrededor de dos años (los efectos se aprecian entre 6 y 18 meses después de empezar) y luego sesiones periódicas de «mantenimiento».

Una posibilidad que sí permite recuperar el cabello de forma estable es la del trasplante capilar. Esta técnica consiste en microinjertos foliculares: «pelo a pelo», se recolocan folículos de zonas que no sufren la calvicie (casi siempre de la nuca) en las áreas del cuero cabelludo que sí la han sufrido. Los resultados comienzan a observarse unos seis meses después de esta cirugía.

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Cuando se habla de alopecia, por lo general se piensa en hombres. En ellos, la calvicie está socialmente aceptada y, aunque está claro que no es una condición deseable, hasta hay estudios que señalan que los hombres calvos –debido a estereotipos culturales– son vistos como «más fuertes» y «más dominantes».

¿Es cierto que si nos aparecen canas se nos va a caer menos el cabello?

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Sin embargo, la alopecia está lejos de ser un problema que afecte nada más que a los varones. El número de mujeres que padecen la pérdida del cabello es menor que el de hombres, pero también es muy alto. Las estimaciones indican que el 25-30% de las mujeres sufren algún tipo de alopecia en algún momento de sus vidas.

Y las consecuencias que sufren son más graves pues, como se habla muy poco de esta cuestión, surgen sentimientos de vergüenza, disminución de la autoestima, inseguridad, retraimiento. Se trata de un asunto estético, sí, pero sus implicaciones van mucho más allá: el impacto psicológico puede llevar a la angustia, la ansiedad y la depresión.

A comienzos de este año, la congresista estadounidense Ayanna Pressley reveló su calvicie en un vídeo. «Quiero liberarme del secreto y de la vergüenza que lleva ese secreto», explicó. Acciones como esa, y el trabajo de agrupaciones de apoyo como A pelo y Alopecia Madrid, contribuyen con la visibilización de este problema, algo que resulta clave para mejorar la calidad de vida de esas mujeres.

Alopecia en mujeres, ¿por qué se produce?

La causa más común de la pérdida de cabello en las mujeres es la llamada alopecia androgénica femenina. Suele observarse entre los treinta y cuarenta años de edad. A diferencia de la alopecia masculina, la línea en la que comienza el pelo en general no retrocede, sino que se produce una pérdida de la densidad capilar en la parte superior de la cabeza. Es decir, el pelo se hace ralo y el cuero cabelludo comienza a «clarear» hasta hacerse visible.

En el origen de la alopecia androgénica (también conocida como calvicie de patrón femenino) hay factores genéticos. A menudo hay un aumento en la cantidad de hormonas sexuales masculinas: los andrógenos. Lo que sucede en consecuencia es que los folículos –los pequeños orificios de la piel en los que crece cada pelo– reducen su tamaño. Debido a ello, el pelo que nace es cada vez más fino y más corto. En última instancia, el folículo deja de producir cabello nuevo.

Esos cambios hormonales de orígenes pueden estar relacionados con la menopausia, el comenzar o dejar de tomar píldoras anticonceptivas o ciertos medicamentos, una situación de posparto o patologías como el síndrome de los ovarios poliquísticos o la hiperplasia suprarrenal congénita, entre otras. Y también pueden intervenir ciertas deficiencias nutricionales –sobre todo de vitaminas y de hierro–, que pueden deberse a dietas hipocalóricas o a trastornos alimentarios, como la anorexia nerviosa.

Otros tipos de alopecia femenina

Aunque la androgénica es la alopecia más común en las mujeres, no es la única. De hecho, existen más de un centenar de tipos diferentes. Otra posibilidad es la alopecia areata, una enfermedad que en principio provoca la caída del pelo «en parches», en una o varias zonas del cuero cabelludo, pero que puede acabar en una alopecia universal, causando la caída de todo el pelo, tanto de la cabeza como del resto del cuerpo. En uno de cada diez casos, la alopecia areata también afecta a las uñas.

También es frecuente la alopecia difusa o efluvio telógeno, los nombres técnicos de lo que en términos coloquiales se conoce como «caída del pelo por estrés». Se trata de una pérdida de grandes cantidades de cabello en poco tiempo: mechones de pelo que parecen despegarse sin esfuerzo de la cabeza.

Se trata de una pérdida tan llamativa que a menudo genera mucha preocupación en quienes la sufren. Por fortuna, el efluvio telógeno es reversible en relativamente poco tiempo: el cabello vuelve a crecer una vez superada la situación de estrés que motivó el problema.

Como explica un artículo de Sergio Vañó Galván, especialista en alopecia del Hospital Universitario Ramón y Cajal de Madrid, el estrés causado por la pandemia de COVID-19 o el confinamiento han causado, en los últimos meses, muchos casos. Otra posibilidad son las llamadas alopecias anagénicas, que incluyen a las causadas por enfermedades crónicas, por problemas en la tiroides, por la quimioterapia o la administración de otros fármacos, etc.

Se me cae el pelo, ¿qué puedo hacer?

Muchas de estas pérdidas del pelo son reversibles: cuando desaparece la causa que las provoca (como el estrés, una enfermedad o un agente externo), el cabello vuelve a crecer. Otras, en cambio, como la alopecia areata, tienen un desarrollo impredecible y en general solo se puede esperar para ver hasta dónde llegan.

En el caso de la alopecia androgénica, la que da lugar a la mayoría de los casos, el hecho de que dependa de factores genéticos y alteraciones hormonales hace que resulte difícil prevenirla. Lo que se puede hacer es mantener una dieta equilibrada, que incluya las calorías y nutrientes necesarios para que resulte saludable.

Y, en la medida de lo posible, evitar o limitar las situaciones de estrés, que no solo son responsables de efluvios telógenos, sino que –según los estudios– también propician la alopecia androgénica.

Existen tratamientos contra la alopecia androgénica. No la curan, pero detienen su avance y contribuyen con la repoblación capilar. Estas terapias consisten en el uso de fármacos que procuran reforzar los folículos o el cabello naciente, como el minoxidil, o que reducen la produccion de andrógenos, como finasterida –su uso está contraindicado en mujeres en edad fértil, ya que en caso de embarazo puede originar malformaciones en los genitales externos del feto varón– y dutasterida.

Lo negativo de estos tratamientos es que dan resultado mientras se aplican, pero en cuanto se interrumpen se observan retrocesos: la repoblación se detiene y el cabello vuelve a caer. Lo que se recomienda es un tratamiento intensivo durante un lapso inicial de alrededor de dos años (los efectos se aprecian entre 6 y 18 meses después de empezar) y luego sesiones periódicas de «mantenimiento».

Una posibilidad que sí permite recuperar el cabello de forma estable es la del trasplante capilar. Esta técnica consiste en microinjertos foliculares: «pelo a pelo», se recolocan folículos de zonas que no sufren la calvicie (casi siempre de la nuca) en las áreas del cuero cabelludo que sí la han sufrido. Los resultados comienzan a observarse unos seis meses después de esta cirugía.

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Cuando se habla de alopecia, por lo general se piensa en hombres. En ellos, la calvicie está socialmente aceptada y, aunque está claro que no es una condición deseable, hasta hay estudios que señalan que los hombres calvos –debido a estereotipos culturales– son vistos como «más fuertes» y «más dominantes».

¿Es cierto que si nos aparecen canas se nos va a caer menos el cabello?

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Sin embargo, la alopecia está lejos de ser un problema que afecte nada más que a los varones. El número de mujeres que padecen la pérdida del cabello es menor que el de hombres, pero también es muy alto. Las estimaciones indican que el 25-30% de las mujeres sufren algún tipo de alopecia en algún momento de sus vidas.

Alopecia femenina: ¿por qué a muchas mujeres se les cae el pelo?

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