¿Qué es la heapatitis B?
La hepatitis B es una inflamación del hígado provocada por el virus VHB, normalmente de carácter agudo, aunque se cronifica en algunos casos. Se trata de una de las enfermedades infecciosas más frecuentes y extendidas por el mundo. De hecho, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), unos 257 millones de personas padecían infección crónica por el virus de la hepatitis B en 2015, mientras que en 2017 contrajeron la infección 1,1 millones de personas.
El virus que la provoca se concentra, sobre todo, en la sangre, pero también está presente en otros líquidos o fluidos corporales como la saliva, el semen, las secreciones vaginales y la orina.
La hepatitis B puede causar la muerte, bien en su forma aguda debido al desarrollo de una insuficiencia hepática aguda (poco frecuente), o bien a largo plazo, por complicaciones de su forma cronificada, como la cirrosis y el cáncer de hígado.
¿Cuál es su prevalencia?
Según la Asociación Española de Gastroenterología y Hepatología (AEGASTRO), la prevalencia de esta patología en los países desarrollados se ha reducido gracias a la vacunación universal y a la generalización de las medidas preventivas en el ámbito sanitario. En España, ha pasado de ser intermedia en la década de los noventa a ser considerada baja desde hace quince años.
¿Por qué vías se transmite la hepatitis B?
El virus de la hepatitis B puede contraerse de varias maneras. Generalmente, esas vías implican el contacto con la sangre de la persona infectada -donde existe mayor concentración del virus-, pero también puede ser que esas vías de transmisión impliquen el contacto con otros líquidos biológicos (saliva, semen, secreciones vaginales, orina), y ello dar lugar al contagio.
Existen fundamentalmente cuatro vías de transmisión:
- Vertical o perinatal: de la madre al hijo en el momento del parto.
- Horizontal: por exposición a sangre infectada a causa del contacto prolongado o cercano con personas infectadas (por ejemplo, por exposición a heridas abiertas). En países en vías de desarrollo, donde existe alta prevalencia de la hepatitis b, la transmisión horizontal entre niños menores de cinco años y la transmisión en el parto son las vías más frecuentes de contagio.
En cualquier caso, objetos de uso cotidiano que se compartan (cuchillas de afeitar, artículos para la higiene bucal) pueden ser fuente de contagio. Hay que tener en cuenta que el virus puede sobrevivir fuera del organismo al menos durante siete días y, por tanto, contaminar estos objetos de uso compartido. - Parenteral: a través de jeringuillas compartidas entre adictos a drogas inyectables, en centros sanitarios por la utilización de productos sanguíneos o a través de agujas para tatuaje, acupuntura o piercings. En la actualidad, sobre todo en nuestro medio, esta vía de contagio es menos frecuente, ya que la esterilización del material sanitario está muy extendida y no es tan habitual que las personas adictas a las drogas compartan jeringuillas.
- Sexual: es la vía más frecuente de contagio de hepatitis b en países desarrollados, sobre todo para aquellas personas sin vacunar que adoptan conductas de riesgo. Su incidencia puede reducirse gracias a las campañas de vacunación y al uso del preservativo.
¿Cuáles son sus síntomas?
El periodo medio de incubación del virus de la hepatitis B es de setenta y cinco días, aunque puede oscilar del mes al medio año. Es frecuente que las personas infectadas con hepatitis B aguda no desarrollen síntomas, pero, en ocasiones, aparecen los siguientes:
- Pigmentación amarillenta de la piel, mucosas y ojos (ictericia).
- Orina oscura (coluria).
- Fatiga extrema.
- Malestar general.
- Fiebre.
- Náuseas.
- Vómitos.
- Diarrea.
- Deposiciones blancas (acolia) o amarillentas.
- Dolor de estómago.
- Molestias leves en el lado derecho del abdomen.
- Dolores articulares.
- Erupción cutánea (en algunos casos).
- Manifestaciones extrahepáticas (tanto en la forma aguda de la enfermedad como en la crónica), vasculitis, afectación renal y dermatológica (en los niños).
Habitualmente, estos síntomas pueden durar unas pocas semanas (4-8 semanas) o hasta incluso seis meses. Tras ellos, la infección suele desaparecer porque el organismo ha sido capaz de combatirla. En algunas raras ocasiones puede producirse una insuficiencia hepática fulminante que lleve a la muerte -sobre todo se da si coexiste la infección con otros virus que afectan al hígado o la presencia de un hígado dañado previamente-.
La hepatitis B también puede cronificarse, lo que sucede, sobre todo, en el caso de los lactantes y niños pequeños y en un bajo porcentaje de adultos sanos. En este caso, no suelen presentarse síntomas o son muy leves hasta que se pone de manifiesto el daño hepático. Con frecuencia, se diagnostica casualmente al realizarse alguna analítica por otros motivos.
Con el tiempo, la hepatitis B puede provocar una cirrosis o cáncer de hígado, potencialmente mortales, ya que impide al hígado funcionar correctamente.
También en las formas crónicas de la hepatitis B pueden darse manifestaciones extrahepáticas de la enfermedad, hasta en un 10%-20% de los pacientes. Pueden verse afectados, por mecanismos aún no bien conocidos, los vasos de diferentes órganos como el corazón, riñón, aparato digestivo, sistema musculo esquelético, sistema nervioso y dermatológico. Otras manifestaciones extrahepáticas como la afectación renal (glomerulonefritis) y la dermatológica (erupción cutánea sin picor en cara, nalgas y extremidades) aparecen más en los niños.
¿Puede curarse la hepatitis B?
Por norma general, la hepatitis B aguda no se trata, ya que la mayoría de los adultos y niños sanos mayores de 5 años que sufren esta infección se curan sin necesidad de tratamiento. El objetivo ante un caso de esta enfermedad ha de ser conseguir el bienestar y un adecuado equilibrio nutricional del paciente. Si es preciso, se aplican medidas de rehidratación tras los vómitos y la diarrea. No hay que tomar medicamentos innecesarios y no se deben administrar fármacos como paracetamol o antieméticos (para tratar el vómito) Tampoco es esencial para la recuperación total el reposo en cama estricto y prolongado, aunque una menor actividad física sí puede contribuir a la mejoría.
Si no es posible una alimentación correcta o coexisten otros síntomas molestos (picor intenso), el profesional médico podrá indicar otro tipo de medidas (nutrición endovenosa o fármacos para el alivio del picor).
En caso de que la hepatitis B aguda se cronifique, puede tratarse farmacológicamente con antivirales, para contribuir a ralentizar la progresión de la enfermedad. Aunque raramente la curan, sí reducen el daño hepático, lo cual disminuye el riesgo de llegar a sufrir cirrosis o cáncer de hígado. En el caso de que exista ya una cirrosis, los tratamientos pueden ayudar a prevenir descompensaciones, insuficiencia hepática avanzada o el riesgo de muerte.
Fundamentalmente, se manejan dos tipos de fármacos para tratar la hepatitis B en su forma aguda:
- Análogos de nucleótidos: desaceleran el virus VHB (suprimen su replicación viral).
- Inmunomoduladores: estimulan el sistema inmunológico.
Algunos de ellos, los inmunomoduladores (el interferón y el peginterferón) son inyectables, mientras que los análogos de nucleótidos -adefovir, entecavir, lamivudina, telbivudina y tenofovir- se administran por vía oral.
La indicación de tratamiento basado en estos fármacos, cuya duración es variable, depende de varios factores como la edad, las enfermedades asociadas que pueda presentar el paciente o los deseos de un futuro embarazo, en caso de tratarse de una mujer. Hay que hacer partícipe de la decisión del tratamiento al paciente, de sus ventajas e inconvenientes, porque con frecuencia será un tratamiento a largo plazo, a veces indefinido y con posibles efectos secundarios.
En los casos en los que no sea posible evitar daños graves en el hígado, puede ser necesario recurrir a un trasplante de hígado.