DIGO JENNIFER: Mi marido y yo llevamos casados casi 10 años. Yo tengo 56 años y él 58. Es su segundo matrimonio y el mío el tercero, así que apreciamos la relación pacífica y respetuosa que hemos creado esta vez. Tenemos cinco hijos adultos entre los dos, más un nieto, dos perros y tres gatos. A los dos nos apasiona la jardinería y las tareas domésticas, y estamos ahorrando a marchas forzadas para viajar cuando ambos nos jubilemos dentro de unos años. En resumen, la vida es buena, excepto por una cosa. Me gusta estar en casa con mi marido, pero no me gusta socializar con él. Me parece que es grosero conmigo en público, no con otras personas, sólo conmigo. Siempre me interrumpe cuando estoy hablando, o cuestiona lo que estoy diciendo de una manera que me hace parecer estúpida. Si estamos en una fiesta o cualquier tipo de reunión grande y me acerco a él, no me presenta a quien sea que esté hablando, sólo me deja parada como una idiota. También se comporta así en las reuniones familiares, mis propias hijas lo han comentado. Nunca le he visto hacerlo con nadie más, sólo conmigo. ¿De dónde viene esta falta de respeto? Me encuentro temiendo las invitaciones sociales. Si saco el tema, me da largas y se convierte en una horrible discusión. Pero eso suele desaparecer rápidamente porque, a solas, estamos bien. Pero yo soy una persona social y no quiero salir sólo con mis amigas como una persona soltera. ¿Cómo puedo lidiar con esto?
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JENNIFER DICE: Tus contradicciones en esta pregunta me confundieron. Empiezas con «apreciamos la relación pacífica y respetuosa que hemos creado esta vez», y terminas con «¿De dónde viene esta falta de respeto?», lo que sugiere que tu percepción del «respeto» es quizá incoherente. No es el momento de ofrecer una taxonomía del respeto más allá de decir que es un componente vital de todas las relaciones. Es como el oxígeno: sin él se vuelven tóxicas y mueren. Dices que eres una persona social que disfruta saliendo en pareja, esto significa que una gran parte de vuestro tiempo juntos lo estáis pasando con miedo a ser menospreciados, y eso no es sano.
Hay muchas razones por las que las personas permanecen en relaciones poco saludables. Una de las principales es el recuerdo de los buenos tiempos, de cómo nos hizo sentir esa persona cuando nos conocimos y quedamos completamente enamorados. Ambos nos comportamos de la mejor manera posible y seguimos ignorando felizmente cualquier diferencia o peculiaridad. Tan adictivo es ese sentimiento que en el momento en que empieza a decaer, muchos están dispuestos a renunciar a su propia identidad/felicidad con la esperanza de que la paciencia, la obediencia y/o el comportamiento sumiso inciten su regreso. Créeme, no será así. Ese primer arrebato ha caído en el abismo. Lamentablemente, esta esperanza mantiene a muchas parejas infelices durante años, sin tener en cuenta su evidente incompatibilidad.
Una vez me quedé más tiempo en una relación porque la idea de dejarla era tan abrumadora que me aterraba. Y como creía que el interés de mi pareja era suficiente para validarme, me senté y le dejé la responsabilidad de dirigir mi vida (mientras seguía esperando que respetara mi preciada independencia). Más tarde, cuando dirigí mi agencia de acompañantes durante 13 años, vi esa misma actitud una y otra vez en las mujeres que empleaba; veinteañeras inteligentes, educadas e independientes que habían sido educadas para ser «agradables». Creían que su papel como mujeres incluía ser sumisas ante los hombres, especialmente los mayores. La idea de entrar en un dormitorio y tener sexo con un desconocido no era ni de lejos tan intimidante como la idea de exigirle respeto a él.
Pregúntate a ti misma si eres feliz aceptando este comportamiento de tu marido, que algunos describirían como abuso. Su actitud de rechazo, cuando le comunicas tus sentimientos, es tan inaceptable como el propio comportamiento. Si eres importante para él, tus sentimientos también lo serán, sobre todo si sus acciones te hacen perder la confianza. Si pudierais sentaros juntos, con el objetivo de resolver este asunto, también podríais ver las cosas desde una perspectiva diferente: por ejemplo, tal vez él es socialmente torpe y tímido y eso se manifiesta como hostilidad hacia la persona más cercana a él; o tal vez le gustaría que fueras más proactiva socialmente y te presentaras, en lugar de esperar a que él lo haga. Pero no puedes empezar a entender su punto de vista si él cierra la conversación. Tal vez le sugieras que si no puede abrirse contigo y hablar de ello, busquéis juntos un asesoramiento profesional.
Una cosa a tener en cuenta es cuándo y cómo estás comunicando tu infelicidad. Enfrentarte a él delante de los demás sólo avivará el fuego (sobre todo si está inseguro de cómo le ven los demás). Te sugiero que escribas lo que quieres decir y lo practiques antes de hablar con él para que se te escape fácilmente de la lengua. Anota también lo que no quieres que ocurra y ve refiriéndote a ello mientras hablas. Cosas como «no reaccionar, respirar, contar hasta 10… ordenar mis pensamientos», o «no dejar que me roce, ser paciente y perseverar». Pregúntale si su objetivo es socavar tu autoestima, y si su respuesta es no, (con calma) cita tus ejemplos y explica que ninguno de los dos salís bien parados cuando os comportáis así en público.
Si se niega a comprometerse individualmente o a buscar ayuda profesional, entonces empieza a hacer las maletas.
PS. Y dale un descanso al matrimonio por un tiempo…
Jennifer Souness ha tenido una vida inusual. Puedes saber más sobre ella aquí. Para enviar una pregunta a Jennifer, envía un correo electrónico a [email protected] con Dear Jennifer en el asunto.
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