En un pequeño estudio de 2016, los investigadores descubrieron que los bebés a los que se les dejaba llorar durante un número determinado de minutos antes de que sus padres intervinieran, no solo hacían que durmieran más, sino que también reducían el número de veces que se despertaban durante la noche. Pero, ¿qué pasa con todos los adultos que se sienten físicamente agotados después de una sesión de llanto?
Los expertos creen que llorar puede ser físicamente agotador. «Llorar es duro para el cuerpo. Requiere mucha energía y es algo que se apodera de todo el cuerpo», explicó Lauren Bylsma, profesora de psicología de la Universidad de Pittsburgh, y añadió que el nivel de fatiga que uno experimenta también depende de lo mucho que llore. Cuando alguien llora, su ritmo cardíaco aumenta y su respiración se ralentiza. Cuanto más enérgico es el llanto, mayor es la hiperventilación, lo que reduce la cantidad de oxígeno que recibe el cerebro, lo que conduce a un estado general de somnolencia.
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¿Por qué lloramos cuando estamos contentos?
Además de ayudarnos a purgarnos de las hormonas relacionadas con el estrés, llorar también libera la producción de endorfinas, que son los analgésicos naturales del cuerpo. Llorar también nos tranquiliza al facilitar la liberación de oxitocina (también llamada la hormona del abrazo). Esto induce una sensación de calma y bienestar, ayudándonos a dormir plácidamente.
Además, el llanto emocional, como forma de desahogo y liberación de traumas emocionales, también libera a nuestro cuerpo de innumerables toxinas y hormonas como el cortisol y la prolactina, que contribuyen a elevar los niveles de estrés. Liberar nuestro cuerpo de estas sustancias químicas mediante un «buen llanto» puede, a su vez, ayudarnos a dormir mejor.