La historia de la comprensión y las recomendaciones de los psicólogos con respecto a la ira refleja la historia de la ambivalencia de nuestra cultura hacia esta emoción tan cargada (Travis, 1989). En este momento, sin embargo, nos corresponde a todos reconocer la necesidad de una reflexión que nos ayude a responder, en lugar de reaccionar, a una emoción muy natural e informativa.
¡Déjalo todo!
En la década de 1970 muchos terapeutas defendían que la expresión más saludable de la ira era «¡Déjalo todo!» – independientemente de su impacto en los demás. Tal vez, en consonancia con la rebeldía de los años 60 y la generación del «yo» de los 70, sugirieron que hacerlo -siempre que siguiera siendo verbal- permitiría liberar la tensión de la ira. En los años siguientes se descubrió que, en realidad, hacerlo aumentaba la ira, provocaba la ira de los demás y aumentaba el propio estrés.
En gran medida, esta norma ensimismada fomentaba, sin saberlo, el regreso a los estertores de la primera infancia, una fase del desarrollo marcada por la impulsividad, la mínima capacidad de autorreflexión y la consideración desigual de los demás. Mirando a través de la lente de la neuroplasticidad, sabemos ahora que tales acciones sólo aumentan la probabilidad de que se repitan.
Aunque su advertencia puede no ser tan directa como «Déjalo todo», varias tendencias en los últimos años apoyan su mensaje subyacente de que los sentimientos deben superar la reflexión. Los sentimientos antiintelectuales, la reducción de la confianza en la ciencia y el mayor estímulo para «confiar en el instinto» forman colectivamente una poderosa fuerza contra el pensar antes de actuar, como forma de abordar el sufrimiento. Este mandato exige que se cambien los sentimientos por el pensamiento y, en última instancia, es una caja de petri para una cultura de la ira destructiva.
Por el contrario, la «ira sana» exige reflexión. Requiere que nos tomemos el tiempo y hagamos el esfuerzo de potenciar la mente racional para anular la mente emocional. Como tal, nos pide que adoptemos más plenamente un aspecto importante de nuestra humanidad: nuestra capacidad para razonar y resolver problemas.
Vivimos en una época en la que muchas personas consideran que el civismo y el debate reflexivo son una debilidad, y que actuar con ira es un ejemplo virtuoso de fortaleza. Y algunos individuos perciben el llamamiento al civismo como una cesión a lo «políticamente correcto». Ciertos líderes políticos que avivan la ira -así como la presencia de la agresión social y el acoso en el ciberespacio- reflejan aún más esta tendencia. Al mismo tiempo, gran parte de los medios de comunicación parecen buscar la emoción en lugar de la reflexión y el debate genuinos.
Fuente: man/.com
Muchas personas se sienten totalmente indefensas ante un brote de ira. Con demasiada frecuencia, escucho a mis clientes afirmar: «¡Mi ira se apodera de mí! No siento que tenga elección!» y «Siempre he sido así». Y, con demasiada frecuencia, una exploración de su historia de fondo proporciona una clara comprensión de cómo han utilizado la ira para evadir algún dolor interior. Por esta razón, he llegado a ver la ira, en su núcleo, como una consecuencia de una necesidad de autocompasión.
Los fundamentos
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Cuando nos enfadamos, dirigimos nuestra atención hacia el exterior: hacia la persona o situación que contribuye a nuestra ira. De este modo, estar atrapados en el torbellino de la ira disminuye la conciencia de nuestro cuerpo y la tensión inherente asociada a la ira: sentimientos de amenaza y otros sentimientos negativos que la preceden. Esos momentos están ausentes de reflexión. Por el contrario, la «ira sana» exige reflexión, la capacidad de hacer una pausa y evaluar si la amenaza que sentimos es real e inminente, determinar la urgencia de la situación y responder de forma adecuada y constructiva.
Ira sana
A lo largo de los años de mi trabajo con clientes, he llegado a observar los aspectos muy positivos de la ira y a definir habilidades específicas que son esenciales para la práctica de la «ira sana.» Entre ellas se encuentran las siguientes:
1. La ira sana significa observar y experimentar la ira sin sentirse abrumado por ella ni reaccionar ante ella.
2. La ira sana significa reconocer nuestra ira como una señal para explorar los sentimientos, los pensamientos y las sensaciones corporales que la preceden.
3. La ira sana significa ver la ira como una señal para dirigir nuestra atención hacia el interior para identificar nuestros deseos, necesidades y valores fundamentales.
4. La ira sana exige el desarrollo de la autocompasión, que incluye habilidades para mejorar nuestra sensación de seguridad y conexión.
Anger Essential Reads
5. La ira sana incluye el desarrollo de estrategias para dejar ir la ira, que pueden incluir el perdón a los demás y a uno mismo.
6. La ira sana abarca prácticas de compasión que no causan sufrimiento a los demás ni a nosotros mismos.
7. La ira sana significa aprender a comunicarse asertivamente con los demás.
8. La ira sana aumenta nuestra resiliencia y bienestar general.
Mi investigación y práctica clínica han informado mi opinión de que cultivar la ira sana implica la autorreflexión, utilizando habilidades de tres amplias áreas de comprensión y práctica: la atención plena y la meditación de atención plena, la compasión (incluyendo la autocompasión) y la autoconciencia.
La atención plena y la meditación de atención plena le ayudan a observar sus propias experiencias sin reaccionar a ellas o sentirse abrumado por ellas. Abarca el hecho de abrazar la curiosidad de un niño al ver que los pensamientos, los sentimientos y las reacciones físicas son temporales y no una parte fija de lo que uno es. Esto ofrece una mayor libertad para elegir cómo reaccionar ante ellos.
Las investigaciones sobre la autocompasión han demostrado que ésta aumenta la resiliencia y la estabilidad, disminuye las autoevaluaciones negativas, la actitud defensiva y la compulsión de verse a sí mismo como mejor que los demás. Los pensamientos y acciones que apoyan la autocompasión proporcionan el alivio esencial para sentarse con la tensión de nuestro dolor.
Cuando se practican juntos, las habilidades de mindfulness y autocompasión «reducen la reactividad, fortalecen la autonomía, promueven la sensibilidad emocional, mejoran la comprensión de las fuentes históricas de nuestras heridas y proporcionan directrices para una comunicación segura y eficaz», dice Harvey Aronson, autor de Buddhist Practice on Western Ground.
Ampliar la conciencia de uno mismo nos ayuda a comprender la interacción de pensamientos, sentimientos y sensaciones físicas que contribuyen a la ira, y a identificar aquellos que ayudan a inhibir la trayectoria de la excitación de la ira.
Al comprometernos a cultivar la práctica de la ira sana, nos beneficiamos a nosotros mismos y a los demás. La atención plena, la autocompasión y la autoconciencia pueden ampliar nuestra compasión por los demás, a medida que nos volvemos más auténticos y felices en nuestras relaciones. Estas prácticas requieren compromiso, esfuerzo y paciencia, pero nos ayudan a llevar una vida más satisfactoria.
En próximas entradas profundizaré en estos tres enfoques para cultivar la ira sana. También identificaré los desafíos clave para hacerlo y cómo superarlos.
Travis, C. (1989). Anger: The Struggle for Emotional Control in America’s History. Chicago: University of Chicago Press, 1989.