Con la desaparición de la nieve y de los bichos de la alta montaña, los días frescos del otoño sacan a los mochileros y escaladores como en ninguna otra época del año. También es, por desgracia, una estación tan propicia como cualquier otra para contraer una dosis de giardiasis, más conocida como fiebre del castor.
Más de 2,5 millones de norteamericanos se infectan cada año por Giardia lamblia, el diminuto parásito que causa la infección. La mayoría de esas personas son aficionados a las actividades al aire libre, y casi todos los casos se producen por beber agua no tratada.
La fiebre del castor es, en realidad, un nombre un poco erróneo, porque cualquier mamífero, incluidos los seres humanos y el ganado, puede actuar como reservorio de G. lamblia y transmitirlo en las heces, ya sea directamente en el agua o en la tierra, donde es transportado por la escorrentía a lagos y arroyos. Una vez allí, los quistes parasitarios pueden sobrevivir durante meses.
En el intestino, G. lamblia libera unos organismos llamados trofozoítos que se adhieren mediante una ventosa en su vientre a la pared del intestino delgado. Al multiplicarse rápidamente, forman colonias tan densas que inhiben la transmisión de los nutrientes de los alimentos a su organismo. El resultado puede ser la pérdida de peso y la anorexia.
¿Suena feo? Pues también lo son los síntomas. En el plazo de una a dos semanas puede desarrollar alguno o todos los calambres abdominales, diarrea, vómitos, hinchazón, mal aliento y fiebre. Normalmente, al cabo de tres o cuatro días, estos síntomas disminuyen, pero en muchos casos vuelven a aparecer durante meses o incluso años, debilitando la constitución con el paso del tiempo, de modo que te vuelves vulnerable a una serie de enfermedades crónicas. Los niños corren un riesgo especial.
El diagnóstico -mediante el examen de las heces en busca de quistes- es relativamente sencillo, aunque el tratamiento no lo es. Se utilizan varios antibióticos contra la fiebre del castor, aunque todos tienen efectos secundarios y algunos sólo atacan el estadio de trofozoito, dejando los quistes ilesos. Además, desde hace algún tiempo han aparecido cepas resistentes de G. lamblia, inmunes a la mayoría, si no a todos los fármacos disponibles. Actualmente no existe ninguna vacuna para el parásito.
En el lado positivo, muchas personas que contraen la fiebre del castor, presentan los síntomas durante unos días y luego aparentemente se deshacen de ella para siempre, simplemente con los recursos de su propio sistema inmunológico.
Puede ayudar a este proceso con hierbas antiparasitarias como la nuez negra, el clavo, el ajenjo, el ajo y las semillas de calabaza. Tome vitaminas A, B, C, además de los minerales zinc y calcio, preferiblemente a través de la terapia intravenosa, con el fin de eludir su sistema digestivo, que está comprometido por la fiebre del castor. Si estás tomando antibióticos, asegúrate de tomar probióticos, bacterias «buenas» que refuerzan la flora del intestino. Y limite su consumo de azúcar. Alimenta al parásito.
Por último, si eres un viajero, ten en cuenta que entre el 20 y el 30% de la población de los países en desarrollo está infectada por G. lamblia debido a la falta de higiene. Se aplican las reglas habituales: lavarse las manos con frecuencia, beber sólo agua purificada y no comer nada que no esté bien cocinado.