Todas las drogas adictivas actúan en el cerebro, pero la sensación de euforia que producen suele tener un coste. Algunas pueden causar daños cerebrales al desencadenar convulsiones o derrames cerebrales, o incluso provocar efectos directos y tóxicos en las células cerebrales.

Por ejemplo, la cocaína puede provocar golpes microscópicos en el cerebro, creando puntos muertos entre los circuitos neuronales del órgano. Y la adicción a las drogas, en parte, se define por su capacidad de provocar cambios duraderos en el cerebro. Estos cambios pueden distorsionar el funcionamiento de diferentes circuitos cerebrales, incluidos los que controlan el placer, el estrés, el control de los impulsos, el aprendizaje y la memoria.

Desde hace años, los investigadores trabajan para contrarrestar estos cambios aprovechando la capacidad del cerebro para adaptarse y repararse. Como el cerebro es «plástico», o sea, capaz de adaptarse y cambiar, puede utilizar otros circuitos neuronales para realizar las funciones que han sido inhabilitadas por las células dañadas.

Los científicos están avanzando en los tratamientos para revertir los daños cerebrales relacionados con las drogas. A principios de este año, los investigadores lograron revertir la inflamación cerebral -e incluso el daño a las células nerviosas- en ratas a las que se les dio alcohol en la adolescencia.

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